Voy a hablaros de una gran persona, voy a hablaros de Jordi Cebrià i Andreu.
Empezaré por deciros que tenía una risa intensa que brotaba como un manatial de alta montaña, un chorro de agua con el que lavarte la cara y contagiarte sus ganas de vivir.
Empezaré por deciros que tenía una risa intensa que brotaba como un manatial de alta montaña, un chorro de agua con el que lavarte la cara y contagiarte sus ganas de vivir.
Sus ojos inquietos, profundos, miraban el mundo con curiosidad y ternura. Poseía un afán viajero que le llevó por parajes lejanos
donde aprendió la diversidad en las maneras de vivir y entender la vida, siempre con un gran respeto por todo y para todo el mundo. Guiaba sus pasos una infinita curiosidad, una capacidad de sorprenderse y el el afán por aprender de los detalles.
También quiero hablaros de su talante humilde y discreto,
pero de un fondo pasional que le permitía vivir cada instante con significado,
abierto a todo lo que fuera auténtico, pero intolerante del postizo, el maquillaje o la hipocresía.
Intolerante también con la violencia, y con la violencia que se esconde tras grandes ideales,
intolerante con los personajes que dictan lo que es bueno o malo, sin dejar pensar a los demás,
y que por tanto nos roban la libertad,
intolerante con las instituciones opresivas, o paternalistas,
con los que dicen "ya lo haré mañana", con los que rehuyen los compromisos con una sonrisa aparentemente amable,
con los que nunca han roto un plato, porque en la vida hay que romper algunos platos,
tenemos que equivocarnos y sobre todo reflexionar, perdonar, reparar y volver a actuar, a veces obstinadamente.
Os diría de Jordi que vivió sobre todo una vida digna,
y procuró siempre que la vida de los demás también lo fuera,
y de manera muy especial la de sus pacientes, los enfermos a los que tratamos de curar, pero siempre consolar, y a los que acompañaba con su sólida presencia.
La consulta de un médico de familia, como él fue, se compone de pequeños escenarios, donde el sufrimiento de la gente se debe acoger con grandes dosis de respeto y paciencia.
Estas cualidades se tienen que cultivar y renovar, y Jordi lo hacía con los compañeros del Grupo de Comunicación y Salud. Todo lo que él nos ha aportado al resto de sus colegas no se puede resumir fácilmente. Recorrió España de Norte a Sur y del Este al Oeste compartiendo seminarios, cursos, congresos, y dejando un rastro imborrable de maestría y sobre todo de amistad.
Ahora os quisiera mencionar algunas lecciones de vida que Jordi nos deja como legado, el mejor legado que un ser humano puede regalar a otro.
La primera de estas lecciones ha sido la de saber encontrar el tiempo de cada cosa, el tiempo para los amigos, el tiempo para el estudio, el tiempo para la familia, el tiempo por los pacientes, y también para sus colegas y para sus alumnos. Cada ámbito le absorbía y le pedía una entrega total, pasional, pero-y aquí es donde podemos percibir su sabiduría-Jordi administraba los ritmos de su vida para que la intensidad de un momento no amortiguará la plenitud de otros ámbitos donde se desarrollaba su biografía. En todo momento, y sin ninguna relación con su enfermedad, Jordi miraba su vida como un pájaro que sabe ver el trayecto de un río, y administraba el tiempo como el tesoro más preciado.
La segunda lección es amar a las personas y saber todo lo que les debemos, a los padres por la vida que nos han dado, por la dignidad que nos transmitieron. A los hermanos por la alegría de compartir una infancia feliz y divertida, llena de juegos, travesuras y complicidades. A su esposa, Dolors, por la serenidad que le daba, el reposo a su espíritu inquieto, el lugar preciso donde aposentar su inquietud y que esta inquietud se transformara en proyectos, consiguiendo ambos una relación sin fisuras, donde cada gesto hablaba y donde cada diálogo surgía del respeto para convertirse en caricia. Con sus hijos, Elena y Marc, a quienes amaba apasionadamente, para quienes no ahorraba sacrificios y a los que contemplaba en esta aventura de hacerse personas desde la curiosidad, a veces desde la sorpresa, desde la benevolencia, desde la prudencia, y como gran educador que era, tratando de influirles sin disminuir su libertad. A sus amigos por la voluntad de escucharnos, incluso cuando nos poníamos pesados, confortarnos ¡cuando nosotros éramos quienes teníamos que hacerlo!, sabernos divertir y encontrar momentos de mutuo enriquecimiento espiritual. A sus paciente, incluso los más difíciles, a los que agradecía la oportunidad de que les enseñaran una mejor manera de hacer de médico.
Pero quizás la lección más grande ha sido el coraje. Jordi siempre fue una persona con grandes dosis de coraje, coraje en la Universidad, en contra de la dictadura franquista, en su entorno social, en contra de los violentos y los hipócritas, coraje con sus pacientes, a los que daba optimismo y ilusión. Todo su coraje lo necesitó para este último camino que ha tenido que hacer, sabiendo hace mucho tiempo la enfermedad que tenía, y como médico, sabiendo también su pronóstico. Todos sabemos que tenemos que morir, pero todo cambia cuando a esa certeza le ponemos una fecha. Entonces nos podemos mentir, nos podemos poner dentro de una cáscara y enmudecer, ensordecer, dejar de amar. Son reacciones muy naturales, pero que en su caso no acontecieron. Jordi era capaz de vivir la ilusión del instante y apartar los pensamientos más inoportunos, incluso en las últimas semanas cuando el cuerpo ya no le acompañaba. Por encima de nada quería ahorrar sufrimiento a su familia y a sus amigos ... Lo que más hubiera deseado es podernos acompañar un poco más en esta aventura de vivir, y no por él mismo, sino para ayudar a sus hijos en los estudios, para ayudarles a crecer, a sostener el hogar y confortar a amigos y familiares. ¡Qué lección nos has dado, Jordi! ¡Qué lección de generosidad y de coraje!
Este es el legado de Jordi, Jordi Cebrià Andreu, para todos y todas los que hemos tenido el privilegio de conocerle. No, no tengas miedo, buen amigo, gran amigo, en este último viaje. La vida se abre paso y la semilla que has sembrado también se abre paso, y germina en tus hijos y en cada uno de nosotros. Tu sonrisa, tu risa, tu semblante a veces serio, responsable, tu capacidad de trabajo, tu buen humor, en fin, tu talante nos lo has contagiado y lo tenemos dentro de nosotros, y guiará a tus hijos, Marc y Elena , que se convertirán en grandes personas, no lo dudes. Tú querías que te recordáramos sin tristeza. Esto ahora es imposible. Pero cuando el dolor deje paso a la serenidad descubriremos sorprendidos que tienes una presencia viva dentro de nosotros, una presencia benévola, alentadora, risueña, que nos anima y ayuda a ser lo mejor de nosotros mismos.
donde aprendió la diversidad en las maneras de vivir y entender la vida, siempre con un gran respeto por todo y para todo el mundo. Guiaba sus pasos una infinita curiosidad, una capacidad de sorprenderse y el el afán por aprender de los detalles.
También quiero hablaros de su talante humilde y discreto,
pero de un fondo pasional que le permitía vivir cada instante con significado,
abierto a todo lo que fuera auténtico, pero intolerante del postizo, el maquillaje o la hipocresía.
Intolerante también con la violencia, y con la violencia que se esconde tras grandes ideales,
intolerante con los personajes que dictan lo que es bueno o malo, sin dejar pensar a los demás,
y que por tanto nos roban la libertad,
intolerante con las instituciones opresivas, o paternalistas,
con los que dicen "ya lo haré mañana", con los que rehuyen los compromisos con una sonrisa aparentemente amable,
con los que nunca han roto un plato, porque en la vida hay que romper algunos platos,
tenemos que equivocarnos y sobre todo reflexionar, perdonar, reparar y volver a actuar, a veces obstinadamente.
Os diría de Jordi que vivió sobre todo una vida digna,
y procuró siempre que la vida de los demás también lo fuera,
y de manera muy especial la de sus pacientes, los enfermos a los que tratamos de curar, pero siempre consolar, y a los que acompañaba con su sólida presencia.
La consulta de un médico de familia, como él fue, se compone de pequeños escenarios, donde el sufrimiento de la gente se debe acoger con grandes dosis de respeto y paciencia.
Estas cualidades se tienen que cultivar y renovar, y Jordi lo hacía con los compañeros del Grupo de Comunicación y Salud. Todo lo que él nos ha aportado al resto de sus colegas no se puede resumir fácilmente. Recorrió España de Norte a Sur y del Este al Oeste compartiendo seminarios, cursos, congresos, y dejando un rastro imborrable de maestría y sobre todo de amistad.
Ahora os quisiera mencionar algunas lecciones de vida que Jordi nos deja como legado, el mejor legado que un ser humano puede regalar a otro.
La primera de estas lecciones ha sido la de saber encontrar el tiempo de cada cosa, el tiempo para los amigos, el tiempo para el estudio, el tiempo para la familia, el tiempo por los pacientes, y también para sus colegas y para sus alumnos. Cada ámbito le absorbía y le pedía una entrega total, pasional, pero-y aquí es donde podemos percibir su sabiduría-Jordi administraba los ritmos de su vida para que la intensidad de un momento no amortiguará la plenitud de otros ámbitos donde se desarrollaba su biografía. En todo momento, y sin ninguna relación con su enfermedad, Jordi miraba su vida como un pájaro que sabe ver el trayecto de un río, y administraba el tiempo como el tesoro más preciado.
La segunda lección es amar a las personas y saber todo lo que les debemos, a los padres por la vida que nos han dado, por la dignidad que nos transmitieron. A los hermanos por la alegría de compartir una infancia feliz y divertida, llena de juegos, travesuras y complicidades. A su esposa, Dolors, por la serenidad que le daba, el reposo a su espíritu inquieto, el lugar preciso donde aposentar su inquietud y que esta inquietud se transformara en proyectos, consiguiendo ambos una relación sin fisuras, donde cada gesto hablaba y donde cada diálogo surgía del respeto para convertirse en caricia. Con sus hijos, Elena y Marc, a quienes amaba apasionadamente, para quienes no ahorraba sacrificios y a los que contemplaba en esta aventura de hacerse personas desde la curiosidad, a veces desde la sorpresa, desde la benevolencia, desde la prudencia, y como gran educador que era, tratando de influirles sin disminuir su libertad. A sus amigos por la voluntad de escucharnos, incluso cuando nos poníamos pesados, confortarnos ¡cuando nosotros éramos quienes teníamos que hacerlo!, sabernos divertir y encontrar momentos de mutuo enriquecimiento espiritual. A sus paciente, incluso los más difíciles, a los que agradecía la oportunidad de que les enseñaran una mejor manera de hacer de médico.
Pero quizás la lección más grande ha sido el coraje. Jordi siempre fue una persona con grandes dosis de coraje, coraje en la Universidad, en contra de la dictadura franquista, en su entorno social, en contra de los violentos y los hipócritas, coraje con sus pacientes, a los que daba optimismo y ilusión. Todo su coraje lo necesitó para este último camino que ha tenido que hacer, sabiendo hace mucho tiempo la enfermedad que tenía, y como médico, sabiendo también su pronóstico. Todos sabemos que tenemos que morir, pero todo cambia cuando a esa certeza le ponemos una fecha. Entonces nos podemos mentir, nos podemos poner dentro de una cáscara y enmudecer, ensordecer, dejar de amar. Son reacciones muy naturales, pero que en su caso no acontecieron. Jordi era capaz de vivir la ilusión del instante y apartar los pensamientos más inoportunos, incluso en las últimas semanas cuando el cuerpo ya no le acompañaba. Por encima de nada quería ahorrar sufrimiento a su familia y a sus amigos ... Lo que más hubiera deseado es podernos acompañar un poco más en esta aventura de vivir, y no por él mismo, sino para ayudar a sus hijos en los estudios, para ayudarles a crecer, a sostener el hogar y confortar a amigos y familiares. ¡Qué lección nos has dado, Jordi! ¡Qué lección de generosidad y de coraje!
Este es el legado de Jordi, Jordi Cebrià Andreu, para todos y todas los que hemos tenido el privilegio de conocerle. No, no tengas miedo, buen amigo, gran amigo, en este último viaje. La vida se abre paso y la semilla que has sembrado también se abre paso, y germina en tus hijos y en cada uno de nosotros. Tu sonrisa, tu risa, tu semblante a veces serio, responsable, tu capacidad de trabajo, tu buen humor, en fin, tu talante nos lo has contagiado y lo tenemos dentro de nosotros, y guiará a tus hijos, Marc y Elena , que se convertirán en grandes personas, no lo dudes. Tú querías que te recordáramos sin tristeza. Esto ahora es imposible. Pero cuando el dolor deje paso a la serenidad descubriremos sorprendidos que tienes una presencia viva dentro de nosotros, una presencia benévola, alentadora, risueña, que nos anima y ayuda a ser lo mejor de nosotros mismos.
Este es tu legado, gran amigo.
F. BORRELL Sant Pere de Ribes, 7 de Noviembre, 2010.